Revista 98
Número 98

El simbolismo de los objetos


Vivimos para conseguir cosas materiales que rara vez nos darán la felicidad, pero que nos definen. A veces, la finalidad del objeto queda en un segundo plano frente al simbolismo que se ha otorgado al mismo. Un buen ejemplo de esto son los automóviles: hay quien tiene un Seat Ibiza y quien conduce un Mercedes o un Ferrari para marcar su estatus social o, por lo menos, dar el pego. Otro ejemplo muy claro es el mundo de la moda, donde cada marca tiene un público muy concreto que busca proyectar una imagen de exclusividad.

Más allá de los objetos artísticos o religiosos, existen otros cuyo valor material es difícil de cuantificar. Objetos heredados de antepasados, regalos, trastos a los que la pátina del tiempo ha concedido un aura especial, un valor sentimental que los hace únicos. Siempre me han gustado los objetos antiguos. Me gusta fantasear sobre qué manos habrán usado una herramienta, o sobre quién, dónde y cuándo habrá llevado una prenda que ahora duerme en mi armario. Antigüedades que sobrevivieron a sus dueños y fueron pasando de mano en mano a lo largo de los años, piezas que marcaron el carácter y las vidas de sus propietarios y su entorno.

Un ejemplo revelador del simbolismo de los objetos son las gafas. El subconsciente colectivo las asocia con una persona instruida que ha leído mucho, un intelectual. Muchos son los deportistas o profesionales del mundo del espectáculo que llevan gafas a pesar de que no las necesitan, solo porque les dan un aspecto más "interesante", no importa que nunca hayan leído un libro. Lo importante es parecer, no ser.

30 de junio de 1960, el Congo Belga accede a la independencia. Al margen de cuatro licenciados universitarios, la nueva República está casi totalmente desprovista de técnicos y profesionales. Entre los dirigentes de los distintos movimientos nacionalistas, tras haber comprobado que sus doctos interlocutores belgas, durante las negociaciones para el traspaso de poderes, llevaban casi todos gafas, se asocia el hecho de llevar gafas a la posesión del saber, del poder, de la inteligencia. Encargan pues a las ópticas de Bruselas gran cantidad de gafas. Ahora bien, la visión de los jóvenes dirigentes congoleños es, por lo general, perfecta, así que los ópticos les entregan gafas de cristal ordinario con monturas de metal plateado, dorado o de plástico. En la primera sesión de la Asamblea Nacional, un diputado se levanta y lee su discurso sin gafas. El presidente le interrumpe: «El honorable diputado ha olvidado ponerse las gafas». El diputado, confundido, se detiene, registra sus bolsillos y se pone los anteojos. Luego prosigue su lectura. Conclusión: para que un discurso político adquiriese plena validez, era preciso que fuese leído a través de cristales rodeados de metal.

Rogelio Manzano Rozas

 
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