Hasta la segunda mitad del siglo XIX, la garcilla bueyera -una garza acomodaticia y adaptable- habitaba originalmente en numerosas áreas tropicales y subtropicales de África, pero, a comienzos del pasado siglo, la especie se embarcó en un sorprendente proceso colonizador que todavía persiste y que le ha llevado a convertirse en un ave prácticamente cosmopolita, por lo que actualmente se extiende -después de cruzar océanos y conquistar continentes- desde el Sur de Europa hasta Oceanía y desde África hasta Norteamérica.
La garcilla bueyera Bubulcus
ibis, tiene en primavera un plumaje blanco puro, salvo en la
parte superior de la cabeza, nuca, garganta y espalda, donde nacen
unas plumas rojizas ocráceas que no son fáciles de distinguir de
lejos. Las largas plumas de la espalda y la parte anterior del
cuello forman una especie de plumeros muy característicos y
solamente están desarrollados en la primavera. El de la espalda es
tan largo que rebasa la cola del pájaro. Los ojos y el pico son
amarillos y las patas y pies muy variables en la coloración, desde
amarillo rojizo hasta pardo verdoso. El pico mantiene su tonalidad
amarilla en todas las estaciones y mide entre 52 y 60 mm.
Durante el otoño e invierno su plumaje es, a cierta distancia,
uniformemente blanco. En el invierno desaparece la base rojiza del
pico y este es amarillento uniforme y los ojos rojos. Los jóvenes
del año carecen de los penachos ocráceos y el plumaje es blanco con
patas pardas verdosas, que a distancia parecen negras.
Se trata, sin duda, de una de las especies más sociables de nuestra avifauna. La imagen de estas pequeñas garzas posadas o caminando entre el ganado que pasta en los campos es familiar para muchos de nosotros. Se posan en el lomo de vacas, caballos u ovejas para atrapar los parásitos que los atacan. En vuelo es difícil a veces distinguirla de las garcetas y de la garcilla cangrejera. Normalmente, forma bandos muy numerosos y al volar descubre la típica silueta de las garzas, con el cuello recogido, el pico muy horizontal y las patas sobresaliendo por detrás de la cola. Durante el día se distribuye por los campos, ya sea en grupos pequeños, solitaria o en bandos. Al mediodía y al anochecer se concentra en posaderos y dormideros, normalmente en árboles, donde llegan a juntarse miles de garcillas. Pero en estos dormideros no es extraña la presencia de otras especies sociables de pájaros, como estorninos y grajillas (Sturnus unicolor y Corvus monedula).
Garcilla bueyera
Bubulcus ibis
Ardeidae
Ciconiiformes
82-95 cm.
45-55 cm.
300 - 400 g.
hasta 10 años
Residente
A primera vista parece que estas garciIlas no necesitan del agua para sobrevivir, ya que su presencia a distancias considerables de cualquier curso de agua lo haría presumir así. Se trata de un pájaro de gran potencia de vuelo que recorre enormes distancias en un día en busca de alimento, lo que le permite eludir las sequías tan frecuentes en el verano ibérico. Se estima que durante la reproducción muchas de estas garcillas recogen alimento a distancias superiores a 12-15 km de sus nidos. En algunos casos incluso puede volar 70 km desde su dormidero hasta el lugar donde encuentra alimento. Habitualmente los dormideros de esta especie están junto a cursos de agua o en las proximidades de cualquier charca o cola de un embalse o pantano, donde los pájaros beben y se bañan, después de haber soportado un fortísimo calor durante el día. Pueden volar a casi 40 km por hora y ello les permite largos desplazamientos. Al volar lo hacen silenciosamente, no emitiendo sonido alguno. Puede señalarse también la indiferencia con que esta especie ve la presencia humana. Normalmente, las colonias de cría se establecen en lugares transitados o cerca de caminos y cursos de agua, que son frecuentados por gran cantidad de personas y ganado. Incluso sucede que las colonias están sometidas a una intensa depredación humana y estas garcillas, lejos de abandonar el lugar, insisten en la nidificación, repitiendo puestas y volviendo a dormir al lugar aunque horas antes haya sido asaltado a tiros de escopeta y muchos adultos y pollos hayan resultado muertos.
En las colonias de cría las garcillas lanzan una gran variedad de
gritos guturales y graznidos imposibles de expresar en
palabras.
Especie bastante oportunista y ecléctica, la garcilla bueyera manifiesta unos hábitos alimenticios bastante poco exigentes y adaptados en todo momento a las disponibilidades locales o temporales del medio. No obstante, entre sus presas predominan los saltamontes, langostas y chicharras durante la época de reproducción. A estas se unen escarabajos, moscas, libélulas y otros invertebrados, así como lagartijas, pequeñas culebras, anfibios y micromamíferos. Es frecuente que las garcillas visiten los vertederos atraídas por los insectos allí existentes. También resulta habitual que se sitúen tras las rejas de los tractores cuando aran, en espera de que queden al descubierto multitud de pequeños animalillos, y que utilicen a vacas y ovejas como atalaya desde las que lanzarse por los insectos o pequeños vertebrados que estas levantan a su paso.
La garcilla bueyera es una especie de nidificación muy temprana, que comienza los vuelos nupciales en cuanto la primavera aparece. Entonces se ve a estos pájaros dirigirse continuamente durante el día al lugar elegido para establecer la colonia, que no es necesariamente el mismo del año anterior, pero, normalmente, está en sus proximidades.
Las actitudes de machos y hembras se diferencian claramente en el
celo. Aquellos erizan las plumas rojizas de su cabeza, espalda y
cuello y las hembras permanecen en una actitud curiosa adelgazando
el cuerpo y estirando el cuello y mirando al macho con curiosidad.
Los nidos pueden estar situados sobre otros antiguos que el macho
elige.
Es una especie colonial durante la época de reproducción.
Frecuentemente se mezcla con otras garzas y zancudas en ruidosas
colonias de cría que pueden llegar a albergar varios miles de
parejas. Los nidos se ubican en árboles -a veces considerablemente
alejados de masas de agua- o entre la vegetación palustre. Su
construcción la llevan a cabo las hembras, con material
mayoritariamente aportado por el macho, y consiste en una pila de
raíces, tallos y ramas de solidez variable, aunque muy desordenada,
de unos 20-45 centímetros de diámetro y 12-25 centímetros de
altura, tapizada en ocasiones con algo de hierba. La puesta suele
tener lugar entre mediados de mayo y finales de junio y constar de
cuatro o cinco huevos (aunque varía entre tres y nueve) blancos,
con un tinte verdoso o azulado, y punteados en uno de los extremos.
Su incubación, a cargo de ambos sexos, se prolonga durante 22-26
días. Los pollos son atendidos por los dos adultos y, transcurridos
unos 20 días, ya deambulan por las ramas aledañas al nido. Cuando
cuentan aproximadamente con un mes de vida completan su
desarrollo.
El comportamiento de los adultos durante la reproducción está muy
estudiado. A las 8 horas la colonia ya no contiene prácticamente
más que pollos y algunos jóvenes volantones de garcilla. Los
adultos y la mayoría de los jóvenes que la ocupan durante la noche,
ya han partido a esa hora. Solo algunas garcillas en plumaje
nupcial permanecen allí. Una hora después comienzan a llegar los
adultos, que ceban continuamente hasta el mediodía, en que el calor
aprieta y la actividad de los pájaros entonces es nula. A partir de
las 16.30-17.30 horas la actividad vuelve a la colonia y no termina
hasta que comienza a oscurecer, cuando ya los adultos que llegan a
cebar coinciden con los jóvenes que acuden al dormidero y con otras
especies también coloniales que se concentran junto a las
garcillas.
En la Península Ibérica la expansión de este pájaro ha sido verdaderamente espectacular. De las conocidas colonias del Coto de Doñana, y gracias sin duda a la protección que allí se le dispensó, se ha ido extendiendo por otras zonas de la mitad sur de Iberia, alcanzando por el oriente la Albufera de Valencia. En la zona occidental de la Península ha llegado tan al norte como a las lagunas del Aveiro portugués. También se ha extendido por Extremadura y Toledo y otras zonas de Iberia Central. La situación de esta especie varía considerablemente de la primavera al invierno. La zona ocupada para la reproducción es más reducida, porque las garcillas vuelan en otoño e invierno con relativa frecuencia hacia el norte y sur de sus lugares de nacimiento. Las poblaciones del Mediterráneo no son genuinamente migradoras y se limitan a realizar desplazamientos relativamente cortos en todas direcciones, de 10 a 150 km y unos pocos sobrepasando los 300 km.
La población europea de esta garza -que ha experimentado un constante incremento en los últimos años- se estima en 70.000-150.000 parejas reproductoras, mientras que la española se cifra en un mínimo de unas 65.000 parejas, por lo que resulta la más importante de todo el continente. Los mayores contingentes se dan cita en el cuadrante suroccidental ibérico, donde Extremadura, con 25.000 parejas -cifra seguramente muy subestimada-, es la región que acoge mayor número de ejemplares, mientras que Andalucía cuenta con unas 20.000 parejas. Los datos sugieren cierta estabilidad poblacional con una marcada tendencia a la expansión geográfica en los últimos años, aunque más moderada que hace algunas décadas.