El progreso viaja por las carreteras que
nos separan, ríos de asfalto en cuya corriente navegamos
cada día. Caminos caprichosos que nos dan la vida y también nos la
quitan. Cicatrices en la tierra donde nada crece. Como las caras de
una misma moneda carreteras y cunetas siempre van unidas. Como una
alegoría del progreso las cunetas representan lo marginal, aquello
que no queremos ver y donde va a parar aquello que
desechamos.
Las cunetas se han convertido en basurero y cementerio: allí va a
parar la basura que generan nuestros flamantes coches, los
escombros y desechos de nuestras acogedoras casas y son también
frontera y cementerio de multitud de animales víctimas de
descuidados atropellos.
En las cunetas todavía yacen muchas víctimas del odio que la falta
de humanidad han impedido recuperar. ¿qué justicia tiene un país
que impide exhumar a los muertos enterrados junto a las
carreras?
Desde hace más de 6 años una hembra de cernícalo me alegraba el
día cuando circulaba por la carretera que va a mi pueblo. Solía
verla suspendida en el cielo escrutando el suelo en busca de
presas, a veces la veía posada en alguna señal de tráfico, su
favorita era una triangular que indica doble curva. Desde allí
observaba confiada el ir y venir de los coches, cuyos conductores,
absortos en sus problemas, ignoraban su presencia. Para unos pocos
su estampa se fue haciendo familiar y cuando llegábamos a la doble
curva buscábamos su figura. Su presencia nos recordaba que la
belleza de lo salvaje habita un poco más allá de las cunetas.
Hace un par de semanas, una mañana con niebla, al pasar por la
doble curva vi como un abanico de plumas abierto sobresalía inerte
de la cuneta. El corazón me dio un vuelco, paré el coche y bajé
corriendo. Allí estaba su cuerpo inerte, aún caliente, pero sin
vida. Un ser tan bello no se merecía yacer junto a una lata de
aceite vacía y un tapacubos roto. Recogí su cuerpo y al día
siguiente lo enterré en un lugar más digno y apropiado para un ser
que admiré tanto.
Rogelio Manzano Rozas