Mamífero lagomorfo de tamaño mediano, pelo suave y corto, orejas aun más largas que las del conejo y rabo corto. Al igual que su congénere el conejo, la liebre es una especie fundamentalmente crepuscular y nocturna que constituye una pieza clave en nuestra fauna ya que más de treinta especies de mamíferos, aves y reptiles incluyen a la liebre dentro de su dieta alimenticia.
La especie que habita en la mayor parte de la península ibérica, extendiéndose desde Galicia hasta Levante y todo al sur del río Ebro, es la liebre ibérica o castellana (Lepus granatensis). Además, existen otras dos especies más en la península: la liebre europea (Lepus europaeus), que se sitúa al norte del Ebro, desde Asturias hasta la costa catalana; y la liebre del piornal (Lepus castroviejoi), que es una especie considerada endémica de nuestra península, más concretamente de algunas zonas de la Cordillera Cantábrica.
Se trata de un lagomorfo de tamaño medio, aunque menor a la liebre europea y a la del piornal, con pesos que varían entre los dos kilogramos y los dos y medio -aunque hay ejemplares que superan los tres-. Cuenta con un color pardo amarillento en el dorso y blanco en la zona ventral.
Morfológicamente destaca el gran desarrollo de las patas traseras que ayudan a que pueda desplazarse con gran velocidad y también un importante desarrollo de las orejas cuya característica más típica es una mancha negra en sus extremos.
La liebre tiene una constitución atlética, con extremidades finas y largas, pero particularmente dotadas de unos músculos muy poderosos que cuentan con la peculiaridad de contener hemoglobina, lo que le da el característico color rojo oscuro a su carne, permitiéndole que su velocidad y resistencia en la marcha sea superior a la de otras especies como el conejo.
Generalmente viven en campos abiertos, encontrándose en terrenos agrícolas diversos como cultivos de cereal, viñedos, prados, campos de alfalfa y otras leguminosas, olivares y plantaciones de frutales. Los pastizales, tanto las superficies artificiales de pasto para el ganado como las formaciones naturales intercaladas entre la vegetación arbustiva y arbórea, son zonas de gran interés para la liebre. También se puede ver en matorrales diversos como brezos, jaras o enebros, entre otros, que utiliza como refugio.
La liebre tiene un perfecto conocimiento del territorio donde habita y siempre tiene localizados los perdederos y escondites. La creación de perdederos artificiales donde no los había son rápidamente asimilados y los utilizará en su estrategia de huida.
Las liebres son animales herbívoros e incluyen en su dieta una gran variedad de productos vegetales, que van desde tiernos brotes hasta cortezas leñosas. Los porcentajes de los distintos componentes de la dieta dependen de la vegetación existente en el biotopo del animal y del territorio que cubren al día.
Sobre los hábitos carroñeros de esta especie hay datos contradictorios, aunque parece ser que solo se acercan a cadáveres para ingerir la hierba que crece en las inmediaciones de los animales muertos. Muy curiosa dentro de la etología de la liebre, al igual que ocurre con el conejo, es la producción de unos excrementos esféricos y húmedos recubiertos de mucus que son reingeridos, tomados directamente del mismo ano, sin masticar, ricos en vitamina B12 y microflora, necesarios para la digestión de la celulosa, lo que se conoce como coprofagía, con lo que se desarrolla una falsa rumia. El proceso se ha descrito del siguiente modo: el alimento a la salida del estómago va a parar al intestino ciego, donde fermenta; estos vegetales ya medio aprovechados, no pueden retroceder de nuevo al estómago, como hacen los rumiantes, sino que los lagomorfos recogen estos alimentos directamente del ano y los vuelven a ingerir, mezclándose con nuevos alimentos del estómago. Con su ingestión, la liebre aprovecha el contenido nutritivo de las células vegetales.
La liebre tiene muy desarrollados el oído y el olfato, siendo la vista su peor sentido. El tipo de vida que lleva la liebre, en terreno abierto, sin refugiarse en madrigueras abiertas en el suelo ni entre piedras o troncos de árboles, motiva una especial adaptación del animal a este medio, habiendo desarrollando una particular estrategia defensiva dentro de la etología de la especie. Así, la liebre no solo es muy veloz y ágil, pudiendo alcanzar una velocidad punta de 70 Km/h, sino que está siempre atenta a cuanto sucede a su alrededor, siendo una estampa clásica de la especie, verla sentada sobre el suelo con las patas delanteras colocadas de forma erguida, para escudriñar y vigilar cuanto sucede en su territorio. La liebre es también sumamente
Liebre ibérica
Lepus granatensis
Leporidos
Lagomorfos
44 - 50 cm.
17 a 25 cms.
1.500 - 2.600 g.
7-9 años en libertad
en cautividad 12 años
Residente
recelosa y cautelosa, de forma que no se dirige nunca directamente a su destino, sino que, con la clara intención de despistar a posibles depredadores y diluir su rastro, efectúa bruscos giros y cambios en el sentido de la marcha, para terminar dando un gran salto cuando está próxima a su refugio, colocándose en sentido contrario al llevado en la marcha.
Es un animal de hábitos nocturnos, es decir, aprovecha la noche para sus desplazamientos más largos, también es el momento en que se alimenta y se aparea. Durante el día la liebre está «encamada», patrón de comportamiento que consiste en permanecer tumbada sobre el suelo o en un pequeño agujero hecho por ella misma, buscando el mayor mimetismo posible con el entorno. En esta actitud pasa la mayor parte del día y solo se levanta si nota alguna perturbación muy cerca, de lo contrario, prefiere pasar desapercibida.
No existe mucha información acerca de áreas de campeo y densidad territorial en liebre ibérica, algo que no ocurre con su homónima europea. En esta última se dan datos de zonas ocupadas por liebres de entre 20 y más de 300 hectáreas. Al contrario de lo que comúnmente se piensa, las liebres no son animales solitarios y, cuando la densidad de animales es lo suficientemente alta, incluso pueden comer en grupos, con la ventaja que supone frente a los depredadores el aumento del tiempo total de vigilancia del grupo, pero con un menor tiempo de vigilancia individual. En estos grupos se establece una jerarquía social que guarda relación con el tamaño de los animales y que permite a los individuos dominantes obtener ventajas en cuanto a zonas de alimento sobre los subordinados. Los primeros se imponen sobre los segundos con patrones disuasorios de amenazas; mediante posturas intimidatorias y persecuciones, para ello recurren a una técnica consistente en estirar las cuatro patas y encorvar el cuerpo, lo que suele ser suficiente para convencer a los ejemplares cercanos para que se alejen un poco. Sin embargo, no se han descrito luchas por la comida.
En época de celo se pueden producir luchas entre machos por conseguir aparearse con una hembra, sin embargo no se han descrito enfrentamientos por la defensa de un determinado territorio. Sí se han observado agresiones, incluso mortales, cuando se mantienen animales en áreas de terreno excesivamente pequeñas.
El celo tiene lugar a lo largo de todo el año, aun cuando los periodos de celo se solapan con los periodos de máxima abundancia de alimento, de modo que la disponibilidad de comida es lo que más va a condicionar la reproducción del animal, si bien la climatología favorable también le beneficia.
La gestación dura entre 42 y 44 días (entre 28 y 33 en el conejo). La gestación de la hembra es de lo más curiosa, produciéndose varios fenómenos en la especie:
- La superfetación: tras la primera cópula queda fecundada, pero sigue siendo receptiva y no interrumpe la ovulación; al poco tiempo, gracias a los espermatozoides que es capaz de retener desde el primer apareamiento, otros óvulos quedan fecundados, desarrollando entonces dos embarazos diferentes, diferidos en el tiempo.
- La reabsorción: consiste en la desaparición física de los embriones implantados en el útero y que por alguna razón han muerto. Lo que puede afectar a uno o varios fetos, por lo que se admite que el aborto no se da en la liebre.
La hembra puede criar durante todo el año, aunque el mayor porcentaje de hembras preñadas se da en los periodos que van desde febrero hasta abril y desde junio hasta julio.
Las hembras jóvenes solo tienen dos partos al año, pasando al segundo o tercer año a tener tres o cuatro partos anuales, cifra que mantiene en los años posteriores. La liebre, a diferencia del conejo, no pare en madrigueras, sino que lo hace al aire libre en un lugar que habilita sobre el suelo llamado paridera, una cama que es acondicionada con pelos del animal y hierba seca, donde da a luz a sus lebratos. El primer parto es el menos numeroso, con solo uno o dos lebratos, siendo los siguientes de tres o cuatro, excepcionalmente la cifra puede ascender a ocho, aunque en la literatura científica se cita el caso de una hembra muerta que tenía en su interior diezfetos (Simonin, 2000).
La hembra permanece con las crías durante los tres primeros días. A partir de este momento separa los lebratos y, para protegerlos, los coloca en lugares individualizados y diferentes, visitándolos solo al atardecer para amamantarlos durante menos de tres minutos. Desde los primeros días las crías pueden comer por sí mismas, correr y poner en práctica mecanismos de autodefensa, por lo que se considera que son unos de los mamíferos más precoces. Los lebratos nacen, al contrario que los gazapos de las conejas, cubiertos de pelo y con los ojos abiertos, por lo que se incluyen dentro de la categoría de animales cuyas crías pueden moverse y alimentarse poco después de su nacimiento por su avanzado estado de desarrollo. Desde el punto de vista del crecimiento de la población (se estima que de cada hembra sobreviven cada año entre 7 y 8 descendientes).
Los lebratos alcanzan la madurez sexual a los 12 meses. Se considera que una liebre es adulta a partir de los 15 meses, cuando pesa unos 1.500 gramos.
Aunque no le afectan las enfermedades de la mixomatosis y la EVH del conejo, sí se puede ver afectada por otras enfermedades. La que ha tenido más incidencia en esta especie es el llamado síndrome de la liebre, enfermedad también conocida como tularemia de la liebre, fiebre de liebre y fiebre deer fly producida por una bacteria llamada Francisella tularensis que comenzó a detectarse en España en el año 1994 y particularmente en 1997 en Castilla-León. Se cree que la enfermedad fue introducida en España por liebres importadas sin los necesarios controles veterinarios. Esta enfermedad, que se transmite por la picadura de garrapatas, mosquitos y otros huéspedes que actúan como vectores, y que se desarrolla en un periodo de incubación que varía entre las 24 horas y los 10 días, es una enfermedad zoonótica que tiene incidencias en especies como el perro e incluso en el hombre -si bien tan solo como huésped accidental- por lo que se incluye por la Oficina Internacional de Epizootias dentro de las enfermedades que pueden transmitirse por animales silvestres o salvajes al hombre. Se dice que el mejor signo visual para detectar la tularemia en el cadáver de una liebre es la presencia de sangre espumosa en la nariz.
La excesiva presión cinegética, la mecanización del campo, particularmente la recolección de cereales con cosechadoras, que ocasionan muchas muertes de liebres todos los años, son también otras amenazas para la especie.