Revista 63
Número 63

Reformas en Belén

 

Este año, al poner el Belén me ha surgido una duda: ¿pongo la mula y el buey al lado del niño Jesús, o los destierro en la caja de cartón? El papa Benedicto XVI afirma que, en contra de lo que siempre habíamos creído, los animales nunca estuvieron allí. No solo eso, según su santidad, los Reyes Magos no llegaron de oriente, sino del sur de España. Eso quiere decir que ahora tenemos que colocar en el Belén a sus majestades en el lado contrario al habitual. También dice que la estrella que los guiaba no era tal, sino una Supernova… vale. Pero en cuanto a la mula y al buey, los seguiré poniendo donde deben estar; no por costumbre, sino porque me parece lógico que en una fría noche de diciembre del año cero, a falta de una persona caritativa que les ofreciese su casa, María y José buscasen refugio en un establo al calor de estos u otros animales.

Personalmente creo que el Papa ha cedido a las presiones de los organizadores de los belenes vivientes que ya no saben de dónde sacar una mula y un buey para la ocasión.

Contagiado por esta corriente revisionista, me he preguntado si realmente existió Jesucristo. Parece lógico pensar que un personaje de tal relevancia debería haber dejado huella en algún texto histórico de la época. Sin embargo no se ha encontrado nada.

Personalmente, me gusta pensar que Jesús sí  existió, pero si no fue así, tampoco me preocupa, lo importante es el mensaje. Tengo la impresión de que muchos cristianos han vaciado de contenido las enseñanzas y han caído en rituales vacíos. Se han convertido en idólatras de símbolos chapados en oro mientras olvidan ayudar al prójimo y hacer el bien en el mundo. Convierten amor en interés y el sentimiento en folklore.

A veces me pregunto cómo sería Jesús si viviese en la actualidad. Seguramente sería lo que nos han enseñado que fue: un revolucionario que estaría al lado de los pobres y lucharía contra la injusticia. Multiplicaría los panes y los peces en los comedores sociales, azotaría a los banqueros, devolvería la vista a los ciegos que no quieren ver y perdonaría a los políticos que no saben lo que hacen.

Lo más probable es que acabase en la cárcel o en un manicomio. Solo un loco puede tener ese discurso y encima creerse que es el hijo de Dios.

Contaba el director del manicomio de Jerusalén que un día la policía llevó al centro un hombre que decía ser el profeta Elías. El doctor le preguntó muy amable que por qué creía que era Elías; el iluminado respondió: «Lo sé porque me lo ha dicho Dios». Entonces se escuchó una voz que venía desde el fondo de la sala: «Yo no he dicho eso».

 

Rogelio Manzano Rozas

 
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