La concesión del Premio Nobel de Economía de 2009 a Elinor Ostrom sirvió para popularizar sus estudios sobre las formas en que las comunidades humanas se proveen de bienes y servicios al margen del mercado y del Estado.
El debate sobre las políticas económicas hoy en día parece reducirse a la dicotomía entre lo privado y lo público, entre el mercado y el Estado, al debate entre los que defienden la privatización del máximo de bienes y servicios (que de momento van ganando) y los que defienden la gestión pública y la propiedad estatal. Pero hay que tener en cuenta también una tercera esfera de lo económico que son los bienes comunes, los comunales o el procomún.
Como bienes comunes se han gestionado (y se gestionan todavía)
la pesca, la caza, los bosques, los pastos y los sistemas de riego
en muchos lugares del mundo. En nuestro país aún se conservan
algunos comunales: dehesas boyales, pastos de montaña, comunidades
de regantes..., aunque la mayoría han sido privatizados,
municipalizados y estatalizados (con las leyes de desamortización
de la tierra del siglo XIX, o las políticas del ICONA franquista y
posfranquista en el siglo XX).
Esta forma de manejo de los bienes y recursos no es nada nuevo,
sino que arraiga en un pasado muy lejano y es común a muchas
culturas de los cinco continentes, pero está en franco declive
frente a la pujanza del capitalismo, que propugna la privatización
de todas las esferas de la vida. Un declive que no es casual ya que
los historiadores están de acuerdo en que la génesis de este
sistema capitalista en el que vivimos se sitúa en un doble proceso
de apropiación y acumulación: por un lado el cercamiento y vallado
de la campiña inglesa para impedir a las comunidades campesinas el
acceso y el uso libre de sus recursos y, por otro, el colonialismo,
que repite esta apropiación en otros continentes pero de un modo
mucho más violento: la esclavitud, el genocidio de pueblos enteros,
la guerra colonial y la rapiña de recursos.
Los estudios de Ostrom y otros muchos investigadores demuestran que
las formas comunales de gestión sirven para conectar más a la gente
entre sí, y con su entorno; la gestión comunal de los recursos
suele ser más sostenible, más respetuosa con los ritmos de la
naturaleza; la gente que comparte un bien se siente más implicada
con él, con su conservación, con que no se explote por encima de su
tasa de renovación o sustitución. Lo comunal siempre implica la
autoorganización de las comunidades que lo aprovechan, el ensayo de
estructuras más democráticas e igualitarias, lo que favorece la
sociabilidad, la convivencia, el aprendizaje mutuo y la
reciprocidad... Compartir los bienes comunes favorece la relación
con los demás y con la naturaleza, al contrario que los bienes
privados que más bien aíslan y desconectan.
Además de los comunales tradicionales vinculados a la tierra y sus
trabajos, como los bosques, la pesca, los riegos, etc. hoy se
reivindican otros comunes, a veces más genéricos y abstractos, pero
que son igualmente importantes para el bien común. Y si se
reivindican y reclaman es porque están siendo igualmente «cercados»
por los mercaderes (con la complicidad del Estado y los políticos)
que se han lanzado a «cercar» y desposeernos de bienes como el
patrimonio genético (las semillas de los alimentos, el ADN de los
animales, e incluso el del propio cuerpo humano, su información y
materiales), u otros bienes como el agua y la infraestructura
hidráulica, cada vez más acosados por las multinacionales,, o como
el software, que la ciudadanía quiere libre en la propia red, y sus
producciones (la Wikipedia es un ejemplo de procomún recientemente
construido). De algún modo la atmósfera y el clima son otro
procomún básico que compartimos toda la comunidad mundial de seres
humanos y otras especies y que está siendo «cercado», privatizado,
ensuciado y desestabilizado por los intereses materialistas y
cortoplacistas de unas minorías empeñadas en estrujar las reservas
fósiles hasta el fin.
Digan lo que digan el problema básico sigue siendo el de cómo
producir y distribuir lo necesario para que la gente viva
dignamente y ni el mercado, ni el Estado han logrado este objetivo
en sus largos siglos de historia, sino más bien al contrario:
estamos destruyendo la naturaleza, que es la base misma de la vida
y por tanto de la economía, y estamos esquilmando los recursos
actuales y los de las generaciones venideras. Y ni aun así se logra
evitar que una gran parte de la población pase hambre, carezca de
vivienda, de agua potable, de sanidad… en fin que viva en la
pobreza. Lo común abre la puerta a una economía que combine
producción, consumo y gobierno con el objetivo de cubrir las
necesidades básicas de todos los seres humanos sin comprometer la
reproducción de la naturaleza. Lo común abre la puerta a una
democracia real que gobierne el proceso económico y posibilite la
transición a una economía ecosocial y solidaria, una economía al
servicio de las personas, de la vida buena que podríamos merecernos
y que, sin duda, merecen las generaciones futuras y las otras
especies que nos acompañan en esta Tierra hermosa.
Fernando Llorente Arrebola