Revista 78
Número 78

Esclavos del móvil

 

La tecnología ha irrumpido con fuerza en todos los ámbitos de nuestra vida. Hoy muchos de los aparatos que usamos cada día tienen la etiqueta de inteligentes. Parece como si el cacharro en cuestión asumiera parte del conocimiento que, en algunos casos, les falta a sus dueños. De todos los artilugios inteligentes los terminales móviles son los más populares. Podemos decir que toda la tecnología se resume en un teléfono móvil, que además de una herramienta es un símbolo de estatus y un gran negocio.

A finales de 2013 ya había en el mundo más móviles que personas. Sorprendentemente, más de dos tercios de las suscripciones a líneas móviles se producen en los países en desarrollo. África tiene la tasa más alta de crecimiento, una cuarta parte de la población africana tiene un terminal. Puede que no tengas nada que llevarte a la boca, pero tienes un móvil para que todo el mundo lo sepa.

El ser humano tarda tres años en aprender a hablar y seis décadas en saber cuándo callarse. Las operadoras lo saben y lo aprovechan. Una plaga de conversaciones vacías e interminables contamina el entorno. El teléfono móvil ha pasado de ser un artículo de lujo a ser un producto de primera necesidad. Hay personas que aseguran que no podrían vivir sin él. Fundaciones especializadas en el tratamiento de drogodependientes han incluido el abuso compulsivo del móvil entre su catálogo de adicciones. Esta dependencia se ha cebado en los más jóvenes, sobre todo en los adolescentes, y ha destapado sus carencias sociales y de confianza.

Es una paradoja que una herramienta diseñada para facilitar la comunicación se haya convertido en un obstáculo para las relaciones personales de tú a tú. A todos nos ha pasado quedar con una persona y que se pase la mitad del tiempo hablando por el móvil, lo cual me parece una falta de respeto. Me da mucha pena cuando veo a los adolescentes sentados en un banco y jugando cada uno con su terminal sin relacionarse entre ellos. Vídeos, móviles e internet. Es el botellón electrónico, como lo llaman algunos expertos, que embriaga a los jóvenes.

Los usos y costumbres ligados a la tecnología evolucionan rápidamente. La típica imagen del zombi caminando por la calle con la vista perdida y la mano pegada a la oreja ha cambiado por la imagen del alucinado que mira embelesado la pantallita y mueve los pulgares a toda velocidad sin prestar la menor atención al mundo real, que le resulta aburrido y ajeno.

Rogelio Manzano Rozas

 
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