La tecnología ha irrumpido con fuerza en
todos los ámbitos de nuestra vida. Hoy muchos de los
aparatos que usamos cada día tienen la etiqueta de inteligentes.
Parece como si el cacharro en cuestión asumiera parte del
conocimiento que, en algunos casos, les falta a sus dueños. De
todos los artilugios inteligentes los terminales móviles son los
más populares. Podemos decir que toda la tecnología se resume en un
teléfono móvil, que además de una herramienta es un símbolo de
estatus y un gran negocio.
A finales de 2013 ya había en el mundo más móviles que personas.
Sorprendentemente, más de dos tercios de las suscripciones a líneas
móviles se producen en los países en desarrollo. África tiene la
tasa más alta de crecimiento, una cuarta parte de la población
africana tiene un terminal. Puede que no tengas nada que llevarte a
la boca, pero tienes un móvil para que todo el mundo lo sepa.
El ser humano tarda tres años en aprender a hablar y seis décadas
en saber cuándo callarse. Las operadoras lo saben y lo aprovechan.
Una plaga de conversaciones vacías e interminables contamina el
entorno. El teléfono móvil ha pasado de ser un artículo de lujo a
ser un producto de primera necesidad. Hay personas que aseguran que
no podrían vivir sin él. Fundaciones especializadas en el
tratamiento de drogodependientes han incluido el abuso compulsivo
del móvil entre su catálogo de adicciones. Esta dependencia se ha
cebado en los más jóvenes, sobre todo en los adolescentes, y ha
destapado sus carencias sociales y de confianza.
Es una paradoja que una herramienta diseñada para facilitar la
comunicación se haya convertido en un obstáculo para las relaciones
personales de tú a tú. A todos nos ha pasado quedar con una persona
y que se pase la mitad del tiempo hablando por el móvil, lo cual me
parece una falta de respeto. Me da mucha pena cuando veo a los
adolescentes sentados en un banco y jugando cada uno con su
terminal sin relacionarse entre ellos. Vídeos, móviles e internet.
Es el botellón electrónico, como lo llaman algunos expertos, que
embriaga a los jóvenes.
Los usos y costumbres ligados a la tecnología evolucionan
rápidamente. La típica imagen del zombi caminando por la calle con
la vista perdida y la mano pegada a la oreja ha cambiado por la
imagen del alucinado que mira embelesado la pantallita y mueve los
pulgares a toda velocidad sin prestar la menor atención al mundo
real, que le resulta aburrido y ajeno.
Rogelio Manzano Rozas