Mochales duerme entre dos cerros, junto al río Mesa. Nada delata su activo pasado cuando, a mediados del siglo XIX, había veinte telares de lienzo y contaba con varias canteras de yeso blanco y negro, además de jaspe de todos los colores.
Situado ala entrada del profundo cañón del río Mesa, Mochales es uno de los pueblos más curiosos de la provincia de Guadalajara, reconocido por los pueblos vecinos como el más bonito de la comarca más septentrional del antiguo Señorío de Molina. Las casas más nobles se encuentran en la parte baja del pueblo y a medida que se asciende por las escarpadas laderas de los cerros, las construcciones se vuelven más humildes. Solo las calles principales están asfaltadas, la mayoría ascienden entre las enormes rocas sobre las que se encaraman las humildes casas de piedra. En uno de los cerros todavía pueden verse los restos de los muros de lo que fue un poderoso castillo, que vigilaba el valle y servía de refugio a los vecinos en caso de ataque enemigo. En esta fortaleza residieron largas temporadas los nobles y, más tarde, los alcaldes del pueblo: D. Pedro Carrillo de Mendoza murió en ella en 1556. Su traza, un cubo de gruesos muros y difícil acceso, es paradigma de los castillos fronterizos de la comarca de Molina.
En la actualidad, el edificio más notable de Mochales es su
iglesia parroquial, que preside la plaza Mayor del pueblo. A un
lado de la iglesia hubo, durante muchos años, un enorme olmo que
sucumbió a la grafiosis en los años noventa. Algunos caserones
típicos de la arquitectura de Molina cierran la plaza.
Uno de los lugares más visitados de Mochales es el conocido como La Mina. Debido a la situación del pueblo entre dos cerros cuya base forma un estrecho desfiladero, se formaban tremendas riadas cuando llovía copiosamente. Una tormenta inundó la parte baja del pueblo y cientos de animales perecieron ahogados o arrastrados por la corriente. La solución para evitar futuras riadas fue la construcción de una galería de unos 200 m. de largo que atraviesa uno de los cerros en la parte superior del pueblo. Las aguas torrenciales se recogen a la entrada de la galería a través de un muro de contención que las conduce hasta el otro extremo, a las afueras del núcleo urbano. La Mina fue excavada a base de barrenos y pico a principios del siglo XX y todavía sigue desempeñando la función para la que fue creada.
La vega del río Mesa a su paso por Mochales es amplia y muy
fértil, los escasos vecinos y vecinas del pueblo siembran aquí sus
huertos, que producen todo tipo de hortalizas y legumbres regadas
por las frías aguas del Mesa. Antaño esta vega se empleaba además
para el cultivo del cáñamo.
El puesto clave que Mochales ocupa en el valle del Mesa,
considerado como una de las vías principales en el tránsito entre
Aragón y Castilla, marcó su historia en los siglos pasados.
Perteneció desde comienzos del siglo XII al Señorío de Molina.
En 1258, el infante D. Alfonso, cuarto señor de Molina, entregó
Mochales en usufructo a su suegra D.ª Sancha Gómez quedando de
todos modos controlado por la familia de los Lara y la corona
castellana. A la muerte de Sancho IV, los pueblos del valle del
Mesa, y entre ellos Mochales, pasaron a poder de la familia Funes
(originaria de Navarra) quienes se apoderaron de ellos por la
fuerza y amparados en la turbulencia de la época Mochales
formó parte de Aragón a finales del siglo XIII, pasando a ser de
Castilla en la centuria siguiente.
En el siglo XV, a raíz de ser designados los Mendoza como alcaldes
del castillo de Molina, Mochales pasó a esta familia y perteneció a
ella durante siglos. Los Mendoza de Molina, también condes de
Priego y luego marqueses de Mochales, desempeñaron el señorío de
esta villa hasta el siglo XIX.
Durante la Guerra de la Independencia, Mochales sufrió mucho
ayudando siempre a las tropas españolas de la Junta de Defensa de
Molina de Aragón. Los franceses lo saquearon cuatro veces, por
colaborar con el general Castaños cuando este estaba acampado en
Sisamón. El alcalde, Antonio Alba, pasaba suministros a espaldas
del enemigo. Cuando los franceses lo cogieron lo ahorcaron detrás
de la iglesia. Hoy, la plaza Mayor del pueblo lleva su nombre.
Pero uno de los personajes más nombrados de la historia reciente
de Mochales es el médico Tararí. Nadie conocía su verdadero nombre.
Hoy sabemos que se llamaba Eugenio Díaz Torreblanca y fue un médico
formado en Alemania que llegó a mediados de siglo a Mochales a
ejercer su profesión. Pero lo hizo con tales rarezas que todos
quedaron asombrados, y se creó así la que sin duda es una de las
leyendas urbanas más alucinantes de nuestra provincia. Dada su
considerable estatura, pelo rubio, aspecto nórdico, el deje en el
habla y algunas fotografías o referencias a su estancia, años atrás
en Alemania, todos concluyeron que el médico recién llegado era
alemán, y por más señas nazi, huido de su patria por miedo a las
represalias de los judíos. Aún se acentuó la maravilla al ver cómo
vivía el mencionado galeno: en una casa-choza que él mismo se
fabricó, en lo más alto del pueblo y aprovechando una gran rendija
de la roca, de tal modo que la mayor parte de su vivienda era
realmente una cueva. Se le avisaba cuando alguien se ponía enfermo
tirando de una cuerda que había en la plaza, y que por medio de
varias poleas hacía sonar una campanilla en la cueva del médico.
Muchas otras «cosas raras» se contaban de él, como que vivía
acompañado de animales, que leía libros raros (lo de leer libros,
siempre ha sido cosa de raros) y que siempre contestaba lo mismo
«Tararí, tararí» cuando alguien le preguntaba algo obre su vida
privada. Eso fue lo que acabó dotándolo de su mote. Se trasladó
luego a Argecilla, donde también ejerció de médico y se quedó a
vivir, hasta su fallecimiento en 1979, en el primitivo hospital de
la Seguridad Social de Guadalajara.
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